Enrique y Juno
Sólo quería contarte un secreto, algo apenas
sugerido, una cosa rumorosa, pequeña y frágil que sólo digo cuando estoy a
solas, como ahora estoy contigo. Y es que yo, el poeta, el escritor, el joven
viajante y tímido aventurero, que tantas penas ha cantado y sentido… yo, no sé
en realidad lo que es sufrir sino la ausencia de sufrimiento. Ése es mi
secreto. Que soy un hombre entero, duro y feliz, que no logra sentir pena ni
aun cuando la siente. ¿Cómo? ¿Cómo es esto? ¿Qué he hecho yo para no merecer
también la tristeza? ¿Qué tesoros guarda dentro de sí el llanto sincero, que yo
no puedo conocerlos? Incluso mis lágrimas son brotes de alegría. Nací ungido
por un misterioso óleo, y nada hay en este mundo que pueda cancelar mi
inocencia. Pues felicidad es esto: inocencia, e íntimo acontecer del mundo en
uno mismo, y pureza, y guerra, y arcana, herética piedad, como lazos de mar que
se rebelan de parte a parte, de rostro a rostro, y entre multitudes aglomeradas
brillan cual diamantina artificiosidad. Pero no hay naturaleza más profunda (ni
muerta) que el reconocimiento de la verdad interior, de cuanto es cierto porque
es única y exclusivamente en sí mismo. Como el sexo. Y éste es mi otro secreto. Que soy un hombre
pletórico de sexualidad, de miembros, de carne, olor, sabor, gemido, fresa,
sangre, vino, afilada cuchilla, extraordinaria pubertad, siempre hormona caída,
crucifixión rosa, circuncisión púrpura, judío, cristiano, musulmán. Y mirar…
Ah, mirar con los ojos entornados, el cuerpo girando, la mente huyendo, pero
los ojos al centro, al punto, al vértice, vorticismo, sudor que frío recorre
las mejillas, la espalda, el pubis, y ver un pezón brotando de un dulce seno
que un hombre todo un hombre no puede nunca menos de besar. Cada canción, cada
silencio, cada mano que se alza y golpea, abofetea, cruza una cara y brinda la
comisura de un labio a sangrar. Nacer, el parto, el dolor, vivir… ¿no es nacer siempre?
Y hablar, ¿no es siempre pegar con fuerza, dar con furia, hostiar con saña?
Pero silencio. Que llegan las hadas blancas.
Llegan los
pianos que se recuestan en el filo de la playa, y los gitanos con sus
guitarras, y las viejas vestidas de negro, con sus almendras, y así, de una, se
monta una fiesta, un carnaval, un vendaval de palabras y tequieros. Todas las monjas vienen hoy aquí a brindar con su
“España aparta de mí este cáliz”, desde Cádiz cuya bahía luce blanca, roja y
amarilla, como La Habana, como mi amada, como las piezas de música de cámara
que se reflejan verdes en los azules azulejos en cascada. El amor todo lo
puede, ésa es la verdad, ése es mi secreto así en la paz como en la guerra. Y
soñar. También soñar es una aventura íntima que acontece en las largas
madrugadas.
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